domingo, 17 de junio de 2012
DEMÉTER Y PERSÉFONE
Zeus la pretendía sin escrúpulo alguno
sabiendo que era su hermana, sin embargo Deméter lo rechazaba firmemente; al
ser rechazado por ella, Zeus recurrió a uno de sus viejos trucos de conquista:
se transformó en un enorme y hermoso toro blanco, habiendo hecho esto Zeus se
unió a Deméter, dejándola embarazada. Producto de esto nació Koré (Perséfone),
“la niña más inocente”.
Esta historia se repite con Poseidón;
Deméter, para evadirlo se convirtió en una yegua y se dispuso a pastar en los
pastizales de un rey, cerca de las caballerizas, mas un majestuoso caballo
entró de improviso y la sedujo; de esta manera Poseidón logró poseerla, de esa
unión nacieron los caballos que tiraron del carro que llevaba al dios Ares.
Koré (Perséfone), la hija fruto de la
unión entre Zeus y Deméter, junto a otras doncellas vírgenes paseaban en un
bello jardín repleto de lirios y narcisos; mientras la niña observaba los
narcisos, Hades, llegó ahí y la raptó de forma violenta, en ese momento la
inocente niña conoció el dolor y el horror, dejó de ser Koré para ser
Perséphone, “la que dice el horror”.
El dolor que se produjo al perder a su
hija convirtió a Deméter en una implacable castigadora. (Fuente:
dediosesygriegos.wikispaces.com)

El pelo de Deméter era amarillo como el maíz maduro

(fuente: Navegando por el mar de vino, Thomas Cahill)
Etiquetas:
Arte para diletantes,
Mitología
MALOSEANDO
En la vida cada uno tiene una ambición.
Unos quieren ser madres, otros quieren ser ricos, otros superhombres, otros
simplemente quieren pasarlo lo mejor posible, otros quieren ser importantes y
algunos quieren ser malos.
Para ser malo, un malvado de verdad, hay
que valer. Como todas las cosas complicadas de la vida, parece sencillo. Bueno,
te parece sencillo si eres idiota, que es lo que le pasa a muchos de los que
quieren ser malvados de verdad.
Para empezar, la maldad molona y verdadera
solo está al alcance de unos pocos, porque para serlo es condición fundamental
e imprescindible ser inteligente, muy inteligente. Es una condición que ya de
primeras descarta a gran parte de los humanos, pero que lamentablemente no es
obvia para aquellos humanos idiotas que desconocen que no son inteligentes y se
empeñan en querer ser malos.
Un buen malvado es un estratega. Estudia
el terreno, traza un plan siniestro para dominar la galaxia, la comarca o el
planeta que te toque y lo pone en práctica con calma y tiempo. Un malo malísimo
no se mete a tontas y a locas a hacer gilipolleces sin sentido, anda con
tiento, con calma, no da puntada sin hilo y va trazando la senda del terror sin
dejar nada al azar.
Un malo de verdad no da armas a su propio
enemigo.
Conocer al enemigo, a aquellos que quieres
disciplinar con tu maldad es fundamental. Esto es de primero de maldad, hasta
los golfos apandadores y los mafiosos de medio pelo saben esto. Uno no puede
lanzarse contra alguien sin saber quién es ese alguien y cuál es su punto
débil. Esto es tan obvio que da hasta vergüenza tener que decirlo.
Un malo molón y competente se rodea de una
pandilla a su altura. Por supuesto, siempre menos inteligentes que él pero no
completos zopencos. Utilizar para tu supuesto malévolo plan a una panda de
inútiles integrales, serviles, pero inútiles es completamente contraproducente.
No sólo no servirán para hacer el mal sino que además habrá que pasarse la
mitad del tiempo controlando que no te quemen el chiringo ellos solos. El
problema está en que como el malvado jefe es idiota, solo consigue a su
alrededor más idiotas…si llegara un malo inteligente acabaría con él de un
plumazo.
Un malo de verdad es un as de la mentira.
Miente tan bien que todo lo que dice parece verdad. Lo hace tan de puta madre
que te hace dudar sobre tus más profundas convicciones. Un malo de pacotilla
miente tan de puta angustia que hasta un niño de 3 años podría desmontarle la
mentira en 2 nanosegundos…Es tan fácil desmontarle la mentira a un malvado de
pacotilla que daría hasta penica, si no fuera porque piensas que realmente ese
imbécil cree que tú eres más idiota que él y te estás creyendo la trola que
acaba de soltar.
Un malo de verdad es imperturbable. Jamás
pierde la calma ni la tranquilidad. No levanta la voz, no chilla, no pierde los
nervios. Un malo de verdad no se indigna cuando alguien le dice que es malo,
aunque claro a un malo de verdad nadie se atreve a chistarle. A uno de
pacotilla se le reconoce enseguida porque grita, manotea y son muy de dar
portazos…tienden a ser muy histéricas. El histerismo ridículo y la maldad
suprema son incompatibles. Un malo de verdad no da gritos, ni profiere
amenazas y por supuesto no se hace el digno de manera absolutamente idiota
y dice “ pues no respiro”.
Un malo de verdad da miedo, pánico,
terror. Uno de chichinabo provoca primero incredulidad: ¿ de verdad es tan gilipollas
como para jugar con la bomba atómica al volley playa? Luego provoca hilaridad…¡¡no jodas…me descojono que haya hecho
eso!! y luego se le pone un mote.
Un malo de verdad sabe a quién se enfrenta
y jamás subestima a su enemigo.
Un malo de verdad sabe que no hay peor
enemigo que aquel que no tiene nada que perder.
Yo no soy una mala de verdad, pero no
tengo nada que perder, tengo muchísimo tiempo y tú eres un malo de pacotilla.
Hagan sus apuestas.
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Ser intenso,
WT
jueves, 14 de junio de 2012
PERSONA SIN IDENTIFICAR
Era invierno. La verdad es que este no es un dato importante. Hubiera sido lo mismo en cualquier época del año, pero recuerdo que era invierno porque le pusimos un jersey marrón. En la lista de usuarios aparecía como PERSONA DESCONOCIDA. La policía lo había encontrado vagando por un mercadillo de la ciudad. Era ciego. No hablaba español. No sabíamos qué maldita lengua hablaba, ni su nombre, no sabíamos nada.
Por la pinta pensábamos que probablemente era de algún lugar del norte de África. Algunos usuarios del albergue habían intentado hablar con él, la policía también, pero sin éxito: marroquíes, egipcios, mauritanos, libaneses,… decían que hablaba un dialecto extraño. Nadie lo entendía.
Por una casa de acogida pasa mucha gente y poco después vino alguien que hablaba un poco su lengua, un trotamundos que se había pasado la vida de un lado para otro. La Persona Desconocida dejó de serlo, yo no puedo escribir su nombre ahora, porque ya no lo recuerdo. Pero no he podido olvidar su historia, contada con trazos inconexos que fuimos rellenando con lo que la policía nos dijo.
Era un inmigrante ilegal (eso ya lo imaginábamos nosotros). Uno de sus hijos se había instalado aquí y poco a poco se había ido trayendo a la familia: mujer, hijos,… y finalmente al abuelo. Debió de parecerles mal abandonarlo en un pueblo perdido. Probablemente cuando lo trajeron aún no estaba totalmente ciego, probablemente aún era útil para alguien.
Cuando perdió la vista, cuando pasó a ser una carga que había que alimentar, cuando no pudo vigilar a los niños, le dijeron que no era bueno que estuviera encerrado. Tenía que darle el sol. Y se fueron a dar un paseo. Hacía un buen día. Uno de esos días de invierno en los que el sol está de buenas con el mundo. Toda la ciudad se había echado a la calle y el mercado callejero estaba a reventar de gente. Él estaba aturdido: demasiado ruido, demasiadas voces extrañas y la mano de su hijo como única ancla. Y entonces lo soltaron. Desorientado y ciego en medio de un mercadillo.
No había migas de pan que pudieran ayudarlo a volver a su mundo. Lo había perdido para siempre. Estaba solo y no tenía ninguna identificación. No veía, era viejo, y estaba terriblemente asustado. ¿Cuánto tardó en darse cuenta de que no había sido un accidente? ¿Qué le dijo su hijo antes de abandonarlo? ¿Le deseó suerte, le pidió perdón? ¿Qué iba contándole antes de soltar su mano?
Los policías creyeron que la familia lo buscaría. No fue así. No hubo denuncias. Pensaron que quizás tuvieran miedo porque fueran ilegales. Así que lo llevaron al albergue y se dispusieron a contactar con ellos. Hicieron fotos del viejo, las pusieron por el barrio, hablaron con las asociaciones de inmigrantes, con las organizaciones no gubernamentales. No hubo respuesta. Nadie lo reclamaba. Nadie lo quería. Una boca menos, una habitación más.
Aquel hombre me enseñó que el alma no está en el fondo de los ojos, porque aquellos ojos no tenían vida. El alma está en la piel. En las manos que ni fuerza para cruzarse tenían. En la postura caída de los hombros. En la inmovilidad. Hasta en la forma de tragar la poca comida que lograba pasar antes de que lo dominaran las náuseas. ¿Cómo puede transmitir la postura de un cuerpo tanta desesperación? Sentado en una silla, donde lo dejáramos, la cabeza gacha, las manos entre las piernas,... Quieto.
Un mes después abandonó la casa. Le buscaron plaza en una residencia. Estaría al cuidado de unas monjas a las que no entendería. Iba a morir en un lugar extraño. Sabiéndose abandonado. Sin el consuelo de una voz amiga que lo confortara, sin poder contar su pena si alguna vez era capaz de hilvanarla en sonidos. Sin esperanza.
Ahora, al releer La Metamorfosis, lo he recordado. La Persona Desconocida se había convertido también en un ser extraño. Alguien había cortado sus lazos con el mundo. No era un insecto pero sí un estorbo que fue eficazmente eliminado. Amputado. Apartado del hogar como una cosa, porque pensaron que era menos que un ser humano. Y ahora también yo he olvidado su nombre.
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