domingo, 17 de junio de 2012
MALOSEANDO
En la vida cada uno tiene una ambición.
Unos quieren ser madres, otros quieren ser ricos, otros superhombres, otros
simplemente quieren pasarlo lo mejor posible, otros quieren ser importantes y
algunos quieren ser malos.
Para ser malo, un malvado de verdad, hay
que valer. Como todas las cosas complicadas de la vida, parece sencillo. Bueno,
te parece sencillo si eres idiota, que es lo que le pasa a muchos de los que
quieren ser malvados de verdad.
Para empezar, la maldad molona y verdadera
solo está al alcance de unos pocos, porque para serlo es condición fundamental
e imprescindible ser inteligente, muy inteligente. Es una condición que ya de
primeras descarta a gran parte de los humanos, pero que lamentablemente no es
obvia para aquellos humanos idiotas que desconocen que no son inteligentes y se
empeñan en querer ser malos.
Un buen malvado es un estratega. Estudia
el terreno, traza un plan siniestro para dominar la galaxia, la comarca o el
planeta que te toque y lo pone en práctica con calma y tiempo. Un malo malísimo
no se mete a tontas y a locas a hacer gilipolleces sin sentido, anda con
tiento, con calma, no da puntada sin hilo y va trazando la senda del terror sin
dejar nada al azar.
Un malo de verdad no da armas a su propio
enemigo.
Conocer al enemigo, a aquellos que quieres
disciplinar con tu maldad es fundamental. Esto es de primero de maldad, hasta
los golfos apandadores y los mafiosos de medio pelo saben esto. Uno no puede
lanzarse contra alguien sin saber quién es ese alguien y cuál es su punto
débil. Esto es tan obvio que da hasta vergüenza tener que decirlo.
Un malo molón y competente se rodea de una
pandilla a su altura. Por supuesto, siempre menos inteligentes que él pero no
completos zopencos. Utilizar para tu supuesto malévolo plan a una panda de
inútiles integrales, serviles, pero inútiles es completamente contraproducente.
No sólo no servirán para hacer el mal sino que además habrá que pasarse la
mitad del tiempo controlando que no te quemen el chiringo ellos solos. El
problema está en que como el malvado jefe es idiota, solo consigue a su
alrededor más idiotas…si llegara un malo inteligente acabaría con él de un
plumazo.
Un malo de verdad es un as de la mentira.
Miente tan bien que todo lo que dice parece verdad. Lo hace tan de puta madre
que te hace dudar sobre tus más profundas convicciones. Un malo de pacotilla
miente tan de puta angustia que hasta un niño de 3 años podría desmontarle la
mentira en 2 nanosegundos…Es tan fácil desmontarle la mentira a un malvado de
pacotilla que daría hasta penica, si no fuera porque piensas que realmente ese
imbécil cree que tú eres más idiota que él y te estás creyendo la trola que
acaba de soltar.
Un malo de verdad es imperturbable. Jamás
pierde la calma ni la tranquilidad. No levanta la voz, no chilla, no pierde los
nervios. Un malo de verdad no se indigna cuando alguien le dice que es malo,
aunque claro a un malo de verdad nadie se atreve a chistarle. A uno de
pacotilla se le reconoce enseguida porque grita, manotea y son muy de dar
portazos…tienden a ser muy histéricas. El histerismo ridículo y la maldad
suprema son incompatibles. Un malo de verdad no da gritos, ni profiere
amenazas y por supuesto no se hace el digno de manera absolutamente idiota
y dice “ pues no respiro”.
Un malo de verdad da miedo, pánico,
terror. Uno de chichinabo provoca primero incredulidad: ¿ de verdad es tan gilipollas
como para jugar con la bomba atómica al volley playa? Luego provoca hilaridad…¡¡no jodas…me descojono que haya hecho
eso!! y luego se le pone un mote.
Un malo de verdad sabe a quién se enfrenta
y jamás subestima a su enemigo.
Un malo de verdad sabe que no hay peor
enemigo que aquel que no tiene nada que perder.
Yo no soy una mala de verdad, pero no
tengo nada que perder, tengo muchísimo tiempo y tú eres un malo de pacotilla.
Hagan sus apuestas.
Etiquetas:
Ser intenso,
WT
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
0 comentarios (+add yours?)
Publicar un comentario